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Cultura en Huarochirí

La cultura de Huarochiri es un tapiz vibrante e histórico Andina y Española. Una cultura llena de arte, danzas y mitos. Sus ricas tradiciones es una combinación de dos culturas que existe más de cinco siglos y continúa evolucionando de generación en generación.


 

DIA DE LOS MUERTOS, TRADICIÓN ANDINA

La conmemoración del Dia de los Muertos es una celebración que se realiza el 2 de noviembre. Hasta donde recuerdo era un día lleno de tradición durante el cual las familias de la región de Huarochirí recuerdan a los difuntos y comparten recuerdos de sus seres queridos. Para celebrar sus vidas, participan en una variedad de actividades tradicionales que incluyen preparación de comidas, dulces y hasta la construcción de altares y visitas al cementerio. Pero poco a poco se va perdiendo. En todo caso tenemos el deber de realizar la tarea cultural profunda para rescatar y preservar las costumbres, así como identificar nuestras raíces en forma ininterrumpida durante todas las generaciones. Debemos contribuir y fortalecer la identidad de nuestro entorno, donde se nace y convive, donde le corresponde su idiosincrasia.

En la zona sur de la provincia de Huarochirí existen pequeños sitios de interés arqueológicos de entierros que Julio C. Tello ha estudiado, por él conocemos algunos artefactos de los antiguos pobladores de esa región. Estos estudios   están por muchos años archivados y casi ocultos en la Universidad de Nacional Mayor de San Marcos y en el museo de Jesús María en Lima. Ante estas razones como también para incentivar la pretendida actividad turística, es necesario fortalecer las acciones culturales, las tradiciones de esta región, y no permitir que por la imposición de modas modernas se diluyan nuestras ancestrales costumbres. Lo que más se conoce de la tradición andina de los muertos se encuentra en la obra colonial del manuscrito revelado por Francisco de Ávila que se hizo famoso bajo el título “Dioses y hombres de Huarochirí”.

Día del espíritu en los tiempos antiguos.

De acuerdo con las fuentes de información prehispánica sobre la tradición religiosa de la gente andina, la gente realizaba su culto a los muertos en las montañas del Pariakaka. En el “Manuscrito de Huarochirí “, traducido de quechua al Ingles por Salomón Franco y Jorge Urioste, publicado en la Universidad de Texas, Estados Unidos, se describe que la gente antigua en la región de Huarochirí ofrecía alimentos a los espíritus de los muertos durante la Festividad del Pariakaka. Por el cual realizaban peregrinaciones en la montaña sagrada. Asimismo, nos señala cómo los antiguos pobladores pensaban sobre el Día de Todos los Santos durante el coloniaje español.

En aquellos tiempos, cuando una persona se declaraba muerto, la gente colocaba el cuerpo afuera de la habitación, posiblemente en el patio, hasta que hayan pasado cinco días. La creencia de la gente decía que el muerto retornaría en cinco días. Después de ese plazo, la gente creía que el espíritu del muerto se convertía en el tamaño de una mosca, como la moscarda azul y volaría hacia el Pariakaka, pues esta montaña había creado la vida. Por esa razón la gente viajaba a las montañas del Pariakaka para venerar y llorar por sus muertos, y dejarles sus alimentos, simbólicamente. Porque la gente de Huarochiri y Yauyos creían en su dios Pariakaka y era muy respetado, donde la gente de todas las cuencas llegaba a esta montaña.

La tradición andina requería de una cuidadosa conservación del cuerpo del muerto y lo sepultaban en cuevas o la "casita del muerto", que más tarde era conocido como “Chulpa” donde serían visitados regularmente con sus alimentos favoritos. Después del quinto día, al muerto se le vestía con los mejores trajes, porque creían que al ocultarse el sol el espíritu del muerto (ánima, como los abuelos lo llamaban) regresaría para dar su visita para verificar que nada quede pendiente. Aunque los dolientes se sentían lleno de tristeza, la gente andina consideraba que el entierro cristiano (forzada por la religión católica), causaba una aflicción que impedía al difunto llevar sus alimentos favoritos y vestir adecuadamente al pariente desaparecido. A los antepasados enterrados en cementerios cristianos se les imaginaba hambriento, pleno de sufrimiento, esperando que su cuerpo sufriera la descomposición orgánica natural. Este ritual mitigaba la angustia. En otras palabras, era inaceptable el nuevo culto impuesto a sus muertos.

El manuscrito del padre Francisco de Ávila “Dioses y Hombres de Huarochirí’ señala que en las culturas prehispánicas en el pueblo de Huarochirí y San Lorenzo de Quinte, durante el Día de Todos los Santos, en 1 de noviembre, la gente decía vamos a dejar unos buenos alimentos calientes alrededor de la iglesia. Estos alimentos: papas, ocas, “mishguas”, pedazos de charqui con condimentos como ají rojo, mazamorra de calabaza, se dejaban afuera de la Iglesia.  Igualmente, dejaban maíz tostado “cancha”, trigo tostado, carne cocinada y un frasco de chicha de jora para cada uno de los muertos. La gente antigua, recordando las comidas favoritas del muerto, a las personas que todavía no se habían convertido a la Cristiandad, le decían: "Los españoles dan también alimentos a sus muertos, a su hueso, en el Día de Todos los Santos”. Así que vayamos a la iglesia para alimentar a nuestros muertos. Así pues, poco a poco en la época prehispánica, en la región del sur de Huarochirí, se tenía la certeza de que la muerte es un ciclo normal.  Los muertos tenían otra vida, por eso se les sepultaba con algunos de sus instrumentos de trabajo, alguna pertenencia o su instrumento musical.

Como se mencionaba y se creía, también existía la creencia de que los espíritus de los muertos que han sufrido una muerte intranquila, violenta, intentarán agredir a los vivos durante las noches para tratar de hallar la salvación de su alma. Estos espíritus provocaban una suave ráfaga de aire de muerto y a ésta se atribuye el origen de enfermedades mentales. El procedimiento para curar estos males la curandera solicitaba los servicios de un cuy y lo colocaba sobre la cabeza del enfermo, luego la curandera hacía uso de la coca acompañada con cal para diagnosticar y determinar el estado de la enfermedad.

Tradición: Combinación de culturas

Los historiadores advierten que con la llegada de las culturas prehispánicas, a quienes también heredamos la tradición del culto a los muertos, al igual que nuestra procedencia andina, costeña y selvática. Ahora, igual que en otros países latinoamericanos, la creencia de que las almas visitan la tierra en este día inspira familias que traigan ofrendas y compartir las comidas con familiares fallecidos. Estas dualidades nos dejaron otra visión para ver la muerte, para entenderla, y se dio un sincretismo de creencias muy interesante que se fue reflejando en toda celebración en el Día de los Muertos. La muerte se empieza a mirar con temor porque los católicos nos traen la concepción del infierno y el purgatorio.

El día de los muertos es para la Iglesia Católica un tiempo para la oración, un recordatorio memorable y respetuoso de los difuntos. El día de los muertos, que se celebra el segundo día de noviembre, también evoluciona a partir de la conmemoración de los Fieles Difuntos en combinación con los rituales andinos que buscaban vincular a los vivos con sus antepasados difuntos. Por eso al mirar hacia el pasado, son pocas veces que la gente se reúne en el cementerio para rendir homenaje a sus muertos, para recordarlos como seres queridos por el Día de los Muertos. Para esta fiesta, los preparativos se llevan a cabo como en cualquier otra celebración importante. Se piensa en los seres queridos desaparecidos, la comida que más les gustaba y se busca la forma de agasajarlos con todas aquellas cosas que disfrutaban en el mundo.

En el Perú, como en muchas otras partes de América latina, familias enteras asisten a los cementerios para recordar el Día de los Muertos. Mucha gente de los Andes encuentra esta práctica del recuerdo en el Día de los Muertos como una manera de consuelo para tratar con la muerte y la pena, que son las partes inevitables de la vida. El Día de los Muertos es el tiempo de enfocar a los muertos, no a la muerte, y recordar a los seres queridos, sus alimentos favoritos, su música y sus habilidades y debilidades. No sólo no son olvidados, sino que nos rehusamos a olvidarlos. Se hace así con la nostalgia pequeña, con una diversión y una solemnidad pequeñas.

Por generaciones, muy pocas personas van al cementerio a llorar, más bien van a recordar a sus seres desaparecidos porque los hace sentir mejor. En los pueblos andinos la celebración empieza antes del primero de noviembre, Día de Todo los Santos y el 2 de noviembre, Día de los Muertos. La gente viene a visitar a sus seres queridos de todas partes a los cementerios, trayendo toda clase de ofrendas como flores, golosinas, velas labradas, especialmente arreglos florales, coronas y pronto se llena de color. La tradición data del tiempo prehispánico cuando se incorporan las creencias antiguas y las cristianas, pero esto fue evolucionando cada vez más y las actividades por Día de los Muertos incluyen la elaboración de un túmulo.

La tradición de la construcción del túmulo comenzó durante las culturas prehispánicas. Normalmente, el túmulo se arreglaba en el hogar de la familia del muerto con un pequeño altar revestido con paños y manteles fúnebres. El túmulo o altar, como los españoles lo preferían, se construye en tres niveles, representando el hampa, la tierra y los cielos. Asimismo, en algunos túmulos había un arco decorado de ramas y flores, este elemento era indispensable, pues es la entrada por donde llegan los muertos a convivir y a compartir los potajes. Otro elemento aportado por los españoles, y que se puede apreciar en los túmulos o altares, son los crucifijos, las vírgenes o las imágenes de santos que se veneran en cada pueblo.

La fórmula para establecer un túmulo tradicional de muertos es sencilla, aunque no es cuestión de mostrar una foto del difunto, los dulces, el alimento, la fruta e iconos religiosos, porque los elementos claves que se deben incluir en el túmulo deben ser considerados como una tradición, es decir, los alimentos que al muerto le gustaba, que se dejan en el túmulo durante toda la noche, son preparados con cierto ritual y respeto para que el alma consuma en la medianoche. Aún quedan las tradiciones y costumbres que se preservan. Se prepara con anticipación la tumba donde está sepultado el difunto, se pinta y se adorna, se arregla la lápida con especial cariño y añoranza. Y si la familia tiene su propio mausoleo, se pintarán las puertas y ventanas, limpiarán los jardines y entradas. En todo caso, es como un mantenimiento anual a la morada de los muertos.

Creemos que la vida en la tierra es cooperar con Dios en el papel que nos ha diseñado con la historia de la humanidad. En Día de los Muertos todos van al cementerio con flores y con las velas. Según la tradición, las almas están permitidas volver a la tierra una vez al año. Los cristianos lo describen como resurrección y regreso. Las velas y el incienso son casi siempre el presente. La llama de la vela representa la luz, la fe y la esperanza.

Familias enteras se sientan alrededor de la sepultura encendiendo velas, recordando y rezando. Hay familias que llevan sus propios músicos folklóricos para tocar melodías que al muerto le gustaba. En otros lugares, la banda de músicos del pueblo va por las sepulturas tocando melodías para la fortaleza del espíritu del difunto, esto implica un pago en dinero por los servicios. En otras partes el sacerdote ofrecerá oraciones en nombre del espíritu del muerto. Hay imágenes hermosas cuando cementerios enteros son alumbrados durante la noche por cirios. En la noche oscura el mundo titila cuando miles de velas lo alumbran y el olor del incienso sube a los cielos

En la celebración del Día de los Muertos aún se recuerda los rezos andinos, con características y costumbres diferentes y que identifican a otros lugares del país. Los rezos se realizaban muy temprano en los hogares a los que pertenecieron los difuntos, al término de esa ceremonia se ofrece a los asistentes comida preparada en homenaje a los difuntos. También era común rezar a las Ánimas del Purgatorio con la finalidad de ayudar a la salvación del alma del difunto, para que pueda obtener su libertad y sacarlo del lugar del sufrimiento, para ayudarlos a salir. Existían las rezadoras y que en esos días no se daban abasto. Cabe recordar que, además de ser las rezadoras, también eran quienes dirigían las novenas, una costumbre que aún se sigue conservando en partes de la provincia de Huarochirí, pero en poca escala y poco a poco se va desapareciendo.

Disfrute y conserve las tradiciones.

Los residentes andinos en Lima celebran a través de la música y canciones de su tierra natal. Asimismo, al momento de despedirse, tocan la música tradicional por la partida. De hecho, por miles, los provincianos disfrutan donde está la fiesta de los sabores, olores y colores que no tiene fin y todo esto queda plasmado en las ofrendas de los muertos. Hay un refrán que dice: “Solo la muerte nos espera” que no implica ni tragedia ni horror. Es más bien un modo irónico y desafiante de enfrentar lo inevitable.

Los escritores, filósofos, poetas e historiadores dicen que en el Día de los Muertos los hombres y mujeres se enfrentan a la muerte sin temor y, aunque saben que no pueden vencerla, por lo menos les sirve para disfrutar más de la vida. Pienso que son buenas las intenciones de preservar tradiciones y costumbres mientras no se confundan ni se mezclen con la religión. Con esta postura creo que debemos rescatar sin sacrificar tradiciones que se van perdiendo. Hay que fortalecerlas con el respeto que se merecen quienes han adelantado el viaje eterno para recordarlos. Pienso, también, que “nosotros tenemos el deber con los muertos en la tierra, mientras que Dios se encarga en el cielo”.

En algunos lugares se ha acabado la costumbre de encender las velas en los cementerios durante la noche. Las rezadoras también han ido desapareciendo. Esta bonita tradición y costumbre está muriendo por causa de nuestra apatía. Quizás hemos olvidado que quienes conquistaron esta región no encontraron el codiciado oro, lamentablemente, y aunque no les guste nuestra tradición, la riqueza es nuestra tradición.

En el mundo cristiano moderno la oración por los muertos es una obligación moral. Recordamos a los difuntos a través de la oración y la Santa Misa. Las oraciones ayudan a las almas salir del Purgatorio y esta indulgencia se puede obtener, según la tradición católica, mediante las oraciones en el Día de Todos Los Santos, asistiendo a la misa, visitando el cementerio donde debemos rezar un Padre Nuestro, un Ave María y una confesión durante los próximo siete días.  Mientras que estas acciones las realicen la gente viva en esta tierra, los méritos de las indulgencias son aplicables a las almas del purgatorio.  El día de los muertos es un día especial de oración. Recordamos a nuestros queridos difuntos y honramos su memoria con gran respeto mientras rogamos en nuestras oraciones que sean libres de sus pecados y que compartan en la gran alegría del cielo. Amén.

Dallas, Noviembe de 2014

© Pedro Pablo Inga Huaringa